Esta lloviendo.
En los puentes las gaviotas aprovechan los descansos de la lluvia. Notredame se pone severa y me mira sin parpadear desde St. Louis. Sobre los barcos se estan posando las palomas. La gente camina rapido con la cabeza hundida en el abrigo. Las calles se llenan de charcos. En mi calle, la mujer del taller no ha venido y me atrevo a acercarme para husmear por los ventanales. Siempre está sentada en un taburete alto de madera, detrás de una gran mesa, con unas gafas de cristales redondos, muy concentrada en lo que hace. La he visto soldar y también unir cosas pequeñas con pinzas. Hace joyas carísimas, hace pájaros de papel blanco que cuelga por todas partes, tiene un teléfono viejo sobre un sistema de cadenas, hay un dibujo de un caballo y muñecos de cartón, hay muchas herramientas que cuelgan de la pared, piedras, trapos, maderas, trozos de metal...
Esa mujer del taller de mi calle... me hace pensar en personajes de cuento. Me parece mágica. Admiro a la gente que trabaja de esa manera, parece que guardan un secreto inmenso y pacificador en su trabajo. El último que vi así fue un botero. Un botero hace botas -de las de vino- en una botería. Eso fue en Madrid, en La Latina. Deberían conocerse estos dos... el botero madrileño y la joyera parisina... quizá en Praga, una tarde en la que no haya pasado nada, igual que esta, nada más que lluvia.
Escrito por Artemisa a las 19 de Enero 2005 a las 06:22 PM