A palabras necias,
le dijo la sartén al cazo.
Un día, no importa qué día, se hace evidente que las uñas por mucho que se limen o se muerdan- siguen creciendo, incluso mucho después; el autobús se marcha y esa señora que corría sigue mirando la carretera con ojos de lluvia y cansancio infinitos. A fin de cuentas es imposible saber si tomarse algo en serio vale la eternidad o si unos minutos pueden ser suficiente. Tiempo. Es una cuestión de tiempo, sí, de tempo.
Intuía que mi historia no les cautivaría en un primer momento, no es una historia para cualquiera. No esperaba encontrarme en esta piel, con esta más que a veces voluntad vacilante; cierto que a uno se le quitan las manías después de un par de vidas, como dijo Dubash. No crean que no me doy cuenta, la cuestión siempre es una muy otra, sí, menos dramática y más sentimental, sin palabras mutiladas ni moral.
Tengo intensos recuerdos que me traen hasta aquí; dulces y amargos, ya que me lo permiten.
Pocos querrían ser animales en esta inmortalidad, dijo Dubash, y menos elegirían una vida con mala estrella. Eso dijo, y después lo mismo que había dicho en París, es inevitable que tarde o temprano te carguen con el muerto, como si dijéramos.
¡Quita que me tiznas!