19 de Septiembre 2004

madrugada

Aquí en Francia, intentando de una vez por todas hacerme con el francés y sus eRRes, con los franceses y los nuevos ritmos... lo cierto es que es una lata tenerle metido en la cabeza.
Claro, que si a mi no me gustara tanto soñar como me gusta, o usted no se prestara tanto a los sueños como se presta, yo ahora escribiria y pensaria mucho menos en (usted) español y todo lo que eso significa.
Recuerdo que al verle, ya ve usted, pensé que se sentía algo desubicado y que era facil entenderle, porque la mueca de la boca, que hacía la situacion venida a menos, no podia ser mas que un nervio cruzado con otros tantos, que le producía un gesto demasiado marcado para ser provocado con intención expresiva. Recuerdo que poco despues yo también me puse nerviosa y quise invitarle a sentarse, al mismo tiempo que le decía que fuera a la barra a pedir algo, al mismo tiempo que le preguntaba que querría tomar. Fue a la barra, sí, ya lo recuerda usted, y al volver hizo el mismo gesto de aterrijzaje en circunstancia, que yo, dispuesta a agradarle y comprenderle, aunque el gesto me ofendiera un poco, recibí con una sonrisa de complicidad que usted no notó.
Debimos hablar de todo a la vez sin decir mucho porque recuerdo muy poco de lo dicho. Quizá, fue entonces cuando hablamos de literatura sin parar, pasando de un autor a otro como quien hace un collar de cuentas de colores, y hablando de libros sin explicar tramas o épocas, pero con pequeñas y nada importantes críticas de opinión. Sé seguro que fue entonces cuando usted me miró como quien mira un objeto extraño y tiene la oporutunidad de preguntarle por sus rarezas, o quiza le hacían daño las lentillas y ese gesto que tanto me gustó no era más que el dolor de los plasticos en la retina. Entornaba los ojos de una manera muy bonita, intentando enfocar bien, porque el punto de vista es lo más importante, -definitivamente, debían de ser las lentillas- y aprovechando el cabo de la última cuerda que yo lanzaba para tirar un poco y acortar distancia entre veleros. Como yo ya había dicho que me gustaban las preguntas, me preguntaba algo que inevitablemente me ponía nerviosa y me costaba responder, un poco porque la pregunta me importunaba, más aún porque me gustaba que quisiera usted saber de mi y yo quería responder bien.
Para rematar los nervios, compramos una botella de vino que juraba ser bebida, evidentemente, por los dos y que, hábilmente, el azar o el exceso de alcohol que ya nos hacía ver cosas extrañas, dejaron sin acabar en el maletero de mi coche.
Mucho después, habló de amanecer, aunque era muy temprano para eso, en muchos sentidos, y yo me propuse que vería usted amanecer aunque a mi me costara dedicar la mañana a dormir y la tarde a planchar la lavadora que había olvidado tender, con todo lo que tenia por hacer.
Amaneció, o eso decían la luz blanca y el frío, y nos despedimos rápido, con un momento muy breve de desorientación, mezcla de sueño, alcochol, tabaco y otros excesos o faltas.
Yo volví a casa ni sé cómo, porque entre el alcohol, el sueño y lo que me quedaba por asimilar apenas si tenía espacio para atender a la carretera. Al llegar a casa, miré el ordenador, por si diera la casualidad que hubiéramos pensado lo mismo. A ver si está. Y estaba. Y tomamos café, cada uno en su casa, enfrente del ordenador como dos ovillos de lana de tontos, porque, lo que es yo, no tenía ni punto de ganas de despedirme. Pero dimos los buenos días, noches, madrugada. Eternidad. Y dormí y no soñé con usted, que bien me habría gustado.

Escrito por Artemisa a las 19 de Septiembre 2004 a las 01:04 AM
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