Desperté custodiada por dos columnas helenísticas
en una oikía monumental que me recordaba tiempos que no viví.
Junto a mi pie izquierdo,
un clavel desmoronado,
el centro enjuto lastimeaba sus estambres resquebradizos
- qué hago aquí
basílica primitiva cristiana
bajo un arco romano
y con dolor de cabeza¿
Junto a mi mano,
un arco.
No es un arco de matar, me digo.
¿De qué, entonces?
Bajo el arco romano, rizomeando,
estoy en la puerta de qué templo
tirada en el umbral y preguntando
¿qué soy?
Junto a mi pie derecho
una palabra deslavada y
reescrita tantos siglos más tarde:
eternidad.