Viene mojada. Como si le hubiera dado mucho el aire. 28 minutos después de caer en el agua, se da cuenta de que le falta la cola de sirena. Se había detendio el tornado y los peces nadaban envueltos en su gravedad.
Los caracoles no se arrastran, sólo están más cerca de la tierra.
Imbécil, oí. Im baculo. No sabe uno lo que dice. O sí. Conozco bien ese bastón. Ése sobre el que se dobla la mirada del trapecista. Era todo inventado. Lo suyo. Por el bastón fueron algunos a dar con una puerta del patio, desnudos y mojados. Me lo cuenta tiritando porque perdió las preguntas entre ellos.
Abogadas de quién, sois. Les grité. Qué vida ejemplificas, le grité a otro. Un hombre negro estaba junto a un gayo portugués de colores tan grande como la esfinge de un gato. Su arrongante política ejecutiva, dijo, señalándome, mis muñecas en sus manos, dijo, señalando a la turba. Les grité. Mis. Manos. Grité: mis manos!
Conservando la lengua y mientras el hombre junto al gallo perdía las manos bajo un cuchillo sucio, les grité, hasta que los calamares vomitaron tinta sobre sus pelucas.