Hola, creo que sigue alguno que otro parando por aquí, he tenido un poco de jaleo decidiendo cómo organizarme respecto a las circunstancias, intentando acabar la carrera e iniciar una nueva etapa, ahora llamando otra vez a los que están.
Antes de desaparecer en Julio, otra vez, por voluntad propia, aún sin tener muy seguro de qué manera, decidida a no contar mucho con nadie.
Otra vez en La Latina, instalada, esta vez, a casi todo efecto práctico -excepto por mi correo postal-, para echarle una mano a la abuela. MIs coordenadas básicas, digamos, serán y son la ruidosa y alegre zona ilustre de Madrid -debería poner dobles ventanas? compraré tapones para los oídos.
Casi licenciada en Humanidades y con el cap en filosofía, curioseando esa llamada "educación para la ciudadanía" a la que le dedico la próxima semana.
Escribiendo eso que unos conocen por el eterno retorno nitzscheano, otros por Zaratustra, otros por las aves, y otros por el espía del telescopio.
Escuchando poca música fuera y entrenando más el oído que escucha música sin
oirla.
blablabla
El cap, muy bien, algo desencantada, pero interesada en el asunto.
Se me ocurrió utilizar una metodología interdisciplinaria, por llamarla de alguna forma; filosofía, poesía e historia, para explicar las teorías sobre el derecho y la justicia. Historia comparada, más bien, porque trataba de mostrarles una evolución de progresos y aconteciemientos. Raro, no sé.
Entregué un poema de Blas de Otero a los chicos de filosofía de 1º de Bachillerato, donde se expresan ideas del socialismo y de lo utópico la muerte y la violencia de las guerras y de la sociedad, de un lado, y la terrenal ciudad de amor y dios imaginada por San Agustín, por el otro. El último verso decía Cuando San Agustín lo vea [el mundo de la postguerra y el maltrato], un gran rayo descenderá sobre la tierra y nos volveremos todos idiotas. En respuesta a una pregunta que comentara la alusión a San Agustín, un joven de dieciséis años argumentó el pesimismo del poema porque, HOY EN DÍA, un hombre no puede vencer a los sajones deteniendo una guerra entre pueblos con sus dos manos y sin sangre como pasó entonces.
El chaval mezclaba esta leyenda con la teoría filosófica y argumentaba sin percatarse de lo simbólico y popular en la primera, ni de lo histórico del Agustín canonizado, en la segunda.
Cierto es que al canonizado Tomás Moro, no suele ponérsele mucho el nombre de Santo.
Pero esta personita daba a entender que al filósofo y teólogo lo habían hecho santo por esta historia tan bonita de los sajones, y que Blas de Otero ensalzaba por su bondad al santo Agustín; guerras y cruzadas, dice el poema que escribía el santo con la otra mano, imaginaba la ciudad de dios el santo ese rayo jupiteriano de la destrucción.
El motivo de la confusión creo, proviene de San Agustín de Catorbery, que al parecer fue el responsable de la cristianización de parte de Inglaterra hacia el año 600.
El chaval pensaba entonces que en la Edad Medieval un santo lograba detener la paranoia bélica sólo con la palabra de Dios en la mano, frente a un tumulto de gente.
Me pareció tierno, e interesante, que relacionara estas historias.
Me pareció que no había aprendido nada, por otra parte, y en especial a diferenciar lo poético de lo real. Llamalo miedo platónico o llámalo x.
En cualquier caso, me da para orientar el curso de educación para la ciudadnía de la semana que viene.
pd.
¿A alguien más le sangra que haya oposición a la idea de enseñar a los chavales las normas bajo las que se rige el Estado español de derecho según la ley vigente? ¿es que no tienen derecho a saberlo, a conocer sus derechos?
¿y es que nadie va a decirle a los chavales que no den gritos por las calles a las dos de la mañana? ¿qué es eso de que no me digan cuánto debo beber para coger el coche?
No me extraña que el chico se confunda. A mí también me despista cómo me hablan de respeto y democracia. Pero ¿no es el colmo que se prohíba una asignatura tan necesaria, dada la complejidad normativa actual?
tensiones sutiles haciendo efecto por todas partes; tres años de tensión y un año para comprobar sus propios efectos sobre la población. Ahora parece que la ley del botellón no ha servido para nada y es la falta de sentido de lo que dicen y repiten por todas partes los medios de comunicación. Opiniones infundadas, muy infundadas.
En fin, locuras.