17 de Diciembre 2004

una mujer dormida (V)

Salí de la ciudad con la ropa de la mujer, el guiño, la lágrima, la sonrisa, la bufanda y la hoja de catalpa. Las letras desaparecían poco a poco y dejaban una sensación de viaje sin meta. Cuando hubieron desaparecido, la hoja de catalpa enmudecida, apareció un recuerdo. Recordé el momento en que había salido de la iglesia, con las ropas de monja. Recordé que había olvidado, durante mi camino a la ciudad, que iba vestida de monja y que se me había pegado el hábito a la piel. Entonces la mujer caracol recordó lo que las ropas habían recitado dentro de mi.

He mimado y mecido la torturada virtud, he sido el clavo, el cristo y la cruz, he sido la nube y supe cantar esa canción que tanto te gusta. ¿Por qué olvidar o superar? Tolerar el dolor y comprenderlo. Sin dejar que nos haga huir. Soportar. De tiempo en tiempo hechar mano de la paz, quitarle todo peso y tragar sapos. Poner otra mejilla. He guardado agua de lluvia, bendita, en todos los huecos de mi casa. Aún soy redonda, soy lo que soy, así de buena y de mala, así de lista y de tonta. ¿Por qué no seguir aguantando el tirón y seguir pretendiendo que la fé es lo más fuerte?

La mujer caracol vio entonces que aquello había estado girando solo, sin compañía. Que el hábito de monja había estado cantando sólo para sí misma porque no había nadie que escuchara. Pensó si estaría equivocada. Pensó que nadie sabe la verdad. Entonces el paracaídas se cerró, la mujer caracol utilizó su cáscara de caracol para frenar la caída. Ya sólo quedan iglesias en el cielo, dijo, por eso caíamos desde arriba. No hay caída, me dije luego, no hay orquesta. La levedad tiene las manos blancas como la nieve. La nieve puesta sobre la cima, descansando. Nadie nos sujetaba desde las nubes.
Como no entendía nada, me di cuenta de que las palabras estaban muriendo, como había dicho la sirena, y me encontré frente al paisaje blanco. El pacífico murmullo de un cuerpo de mujer embarazada sobre la ladera nevada, con victorias, derrotas, errores y aciertos. Esa mujer dormida vestía de monja y pensé que era porque yo me había puesto sus ropas.

Tardé en comprender que aquello era el personaje que se había perdido. Esa mujer, a fuerza de pensar y querer hacer bien las cosas, sólo había contado con su propio deseo, el mismo que ahora le hinchaba el vientre como mil globos de helio.
Encontré muy pronto los relojes de la sierra y les di cuerda. La mujer caracol tuvo lástima de aquella mujer, pero ya sabíamos que ella nos estaba esperando, que eso era lo que había que hacer. Las montañas se movieron y la mujer se despertó aullando de dolor. El deseo la desgarró y hubo pájaros que se reían. Era una mujer virgen pariendo una utopía con cara de ratón.
- Qué bonito, dijo la mujer caracol.
Yo no comprendía. Nada. Las palabras estaban muertas. Yo estaba viva.
La utopía se marchó corriendo a un bosque. Volvimos a la ciudad, por caminos distintos, cantando algo parecido a una canción de Ipanema.
- Nunca conocerás el final de la historia, me dijo.
La vi alejarse con mis antiguas ropas de monja. Cogí la lágrima y la puse en mi ojo izquierdo, me puse la sonrisa y me apreté la bufanda con un guiño. Me quedé un rato en la nieve, con todo puesto, y sentí que me había convertido en la otra mujer, con sus ropas y sus joyas. Ella se llevaba la historia que yo no iba a vivir.
La mujer caracol ya me llevaba algunos metros de ventaja.
Respiré, inicié el descenso.
Las montañas se movían muy despacio, proponiéndome rutas.
Una lluvia muy fina lavó la lágrima y guardé la sonrisa en un bolsillo, para que no se mojara.

Escrito por Artemisa a las 17 de Diciembre 2004 a las 03:39 PM
Comentarios

Feliz 2005!!!
Besos

Escrito por odyseo a las 31 de Diciembre 2004 a las 11:13 AM

Bonita historia para metérsela en el bolsillo y sacarla de vez en cuando.

Besos!

Escrito por odyseo a las 21 de Diciembre 2004 a las 09:37 AM
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